El jardín de Van der Decken

“Hay peregrinos de la eternidad, cuya nave va errante de acá para allá, y que nunca echarán el ancla.” Lord Byron

Aquel rincón era un centro telúrico, un punto álgido de vibraciones. Estar allí bajo su dominio y bañada por los rayos del sol del ocaso aliviaba todo su delirio. Aquel jardín influía en ella pero también era parte de la esencia de él. Sobre la mesa de madera reposaba el cuaderno y la pluma esperando una respuesta que tardaba en llegar.

Nina reflexiona rodeada de las plantas y los árboles. Al lado derecho varios mirtos y un gran cerezo de hojas esmeralda que le dan sombra, ambos evocan la fecundidad y  el amor. Se tranquiliza con sus pies descalzos rozando miles de aromáticas florecillas blancas de manzanilla. El acebo en una esquina sombría donde ahuyenta los malos espíritus. El roble, uno de los árboles favoritos de Ian, traído desde las tierras de sus ancestros; bajo su protección se reunían los druidas y los amantes. El ciprés de la entrada siempre le pareció arrogante. Un jilguero gorjea en el tejo centenario, árbol mágico de vida y muerte; solo con tomar sus bayas viajaría al mundo de Hades. El madroño que en otoño habrá teñido de sangre sus bayas, su jugo embriaga la razón.  Todo tenía sentido en aquel oasis.

El aire llena los pulmones de Nina que cierra los ojos e inspira con fuerza. Aquel jardín es aliento para su alma. A ella le seduce el sonido del viento enredado en las ramas, el aroma del espliego, el tacto húmedo de las gotas de rocío y  los miles de reflejos que destellan en la copa de vino que también descansa sobre la mesa; el líquido en el paladar es dulce ambrosía  escarlata, ella lo comparte con Ian en muchos  momentos.

Se levanta y camina con sus pies desnudos acercándose a aquel rosal extraño de flores malvas. Echa de menos a Ian, su esencia le acompaña entre sus plantas pero ¡Está tan lejos! Añora su mirada. Esos sentimientos encontrados que le acercan entre sus dominios cuando miles de kilómetros los separan. Anhela su regreso pero desconoce si él la ansía en la distancia.

Se vuelve a sentar junto al cuaderno y la pluma. Ha de escribir, encadenar palabras para autoanalizar su ansiedad pero no encuentra el rumbo. Vuelve a beber un sorbo de vino, su mente comienza  a enajenarse. Nunca toleró el licor pero lo toma porque a él le gusta. Otra de las maneras de aproximarse a Ian en momentos de soledad.

Se recuesta sobre el brazo y vuelve a cerrar los ojos, poco a poco se pierden los sonidos. Cree que está durmiendo pero sigue en el jardín, en aquel rincón. Se sobresalta, no está sola, le acompaña un hombre de edad madura, con una gorra de capitán y una pipa en su boca. El pelo que le asoma bajo la gorra y el bigote unido a sus patillas es agrisado, el tiempo también navega en sus cabellos. Manos encallecidas y robustas sujetan la pipa. Sus ojos, de un azul transparente, la miran con dulzura. Saca su pipa de la boca y comienza a hablar, con una voz calmada, cortes y reservada.

  • Hola Nina, me llamo Van der Decken, soy el capitán del Holandés Errante. ¿Oíste alguna vez hablar de nosotros? Andas perdida, buscas y no hallas sosiego. Cuando el embrujo del Mar del Norte usurpa el espacio, no hay escape. Deberás dejarte llevar hasta hundirte en sus profundidades y tu maldición será eterna, pues surcarás sus aguas por siempre y, tan sólo cada cierto tiempo, podrás descansar tu alma en tierra firme. En esa tierra que es su cuerpo, en ese océano que será su sangre  y en ese aroma salobre que cubre su piel. Déjate arrastrar, aprende a atravesar las olas hasta que llegue tu momento. Ofrece tu rostro a las estrellas y no dejes de seguir el horizonte pues, este amor sólo llega con una entereza perseverante. Que las musas te encuentren con la mente urdiendo palabras sobre lo que nutre vuestra pasión. Ese es el secreto para vuestro amor. Resistir el azote de las olas y luchar por no perder el rumbo hasta vislumbrar el sol. Escribe sobre lo que sientes y sobre lo que compartís.
  • Me dejaré atrapar Capitán y no me resistiré a la corriente de las miles de  emociones que se agolpan. Pero qué me dices sobre él, sobre su regreso.
  • Ama incondicionalmente y llegará el momento de arribar en tu puerto. Se impecable con tus palabras, no te tomes nada como personal, no intentes ponerte en sus pensamiento, y sigue esperando poniendo todo el corazón. Las mareas te serán propicias.

Algo la golpea en el hombro. Una bruma desdibuja el rostro del Capitán, vuelven los sonidos y abre los ojos. Una figura difuminada por el resplandor del ocaso la sonríe.

  • Te has quedado dormida nena. Hola, regresé antes de tiempo y decidí darte una sorpresa.

Ella con rapidez se abalanza sobre su cuello y le abraza con fuerza.

  • No puedo creer que hayas regresado—con lágrimas en los ojos.
  • ¿Me has echado de menos? Siento la última bronca, nuestras últimas diferencias me atormentaban—acaricia el pelo de Nina.
  • Te he echado de menos una eternidad. Me hundí en las profundidades como una maldición por esas últimas palabras que me dijiste, pensé que ya no me querías. Pero has vuelto y eso es lo que importa, el instante de descansar en tu tierra firme. Sé que volverás a partir, no ataré tus alas y te anhelaré. Pero el amor sobrevuela sobre nuestros rumbos.
  • ¿Estás aún dormida? Tus palabras suenan extrañas.
  • He de aprender a vivir con tus arrestos y mis impulsos, con nuestras  manías y rarezas. Mantener nuestros espacios, libertad absoluta.
  • Nena no dudes en ningún momento que me robaste el corazón y ahora formas parte de mí. Aprenderemos a navegar en nuestras tempestades.

LA NOCHE DEL ROBLE

La noche del roble

“El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta” Federico García Lorca

El ocaso pronto daría paso a la luz de la luna, anunciada inmensa, que irrumpiría en cada rincón de aquel vergel.  Ella estaba sola en una mesa bajo un viejo roble del que colgaban tres tarros de cristal con velas, alejada del resto. Sobre  dicha mesa una pequeña regadera de latón con flores de cúrcuma rosas y blancas astromelias. Rozó aquellas bellas flores añorando las caricias de él. Nora pidió que le sirvieran un té frio. Cuando estuvo con su amado dos años atrás, tomaron unas copas de vino del que no recordaba el nombre, bajo aquel mismo roble. Entonces, en aquella velada, sonreían y charlaban entre besos furtivos. A ella nunca le gustó demasiado el vino pero él la enseñó a deleitarse en esos momentos de néctar y buena compañía. Habían pasado seis meses desde su marcha definitiva y aún sentía el aroma de Izan tras de sí. ¡Le echaba tanto de menos!

Nora había decidido volver al refugio favorito de ambos, un balneario en la sierra, a donde hicieron su última escapada. Se respiraba serenidad, condición que necesitaba con urgencia ¡Estaba tan llena de nostalgia! Cuando pasaban por épocas adversas huían a aquel entorno, el contacto del bosque, de la campiña y las flores, les fortalecía. Pero no estaba segura de sí su regreso le apaciguaría el alma.

Nora se apartó de sus divagaciones al escuchar la conversación de un hombre maduro con dos jóvenes, charlaban animadamente en otra mesa, bajo otro árbol. Por un instante sus miradas se cruzaron y él saludó con amabilidad con un ademán con su cabeza y la regaló una leve sonrisa. Ella, por educación, le hizo el mismo gesto pero un rictus forzó sus labios. La apatía no le permitía empatizar.

Ella continuó tomando el té helado ignorando la presencia de otros. Levantó la cabeza, enredó sus pensamientos en las ramas de aquel Quercus Robur bajo el que, en los tiempos primitivos, se reunían los druidas y los amantes. Cerró los ojos pensando que aún estaba al lado de Izan pero tan solo oyó la brisa enredada entre las ramas y el leve rumor de una corriente de agua.  Recordó que bajaba un pequeño arroyo delimitado por varias hortensias. Inspiró con fuerza y después liberó un suspiro.

Nora no sabía el tiempo que llevaba allí absorta pero estaba sola en aquel inmenso jardín. Comenzaba a haber relente y se colocó sobre los hombros un foulard. La tristeza iba aumentando. Se disponía a volver a la habitación cuando vio acercarse por el camino empedrado al hombre maduro con dos copas y una botella. Nunca hubiera considerado que se dirigía hacia ella.

  • Buenas noches ¿Se retira ya?
  • Sí, ya me disponía a retirarme a mi habitación— ruborizándose.
  • ¿Aceptaría tomar una copa de vino conmigo? Mis hijos prefieren la compañía de gente de su edad—con la misma sonrisa que le había regalado cuando se miraron.
  • Lo siento, hace tiempo que no bebo alcohol.
  • Reconsidérelo ¡Hace una noche tan esplendida!—mirando hacia el cielo que apenas se dejaba ver entre las ramas del roble.

Ella no supo cómo rechazar su propuesta  al verse sorprendida y se volvió a sentar en el sillón de mimbre. Él puso sobre la mesa las dos copas de vidrio transparente, echó aquel líquido de un leve dorado con sus grandes y huesudas manos, y le ofreció la copa. Nora abrazó la copa por el tallo, como su Izan la había enseñado. En el intercambio con el desconocido hubo un leve roce de manos que la crispó.

  • Perdone mi descortesía, mi nombre es Alai—alargando la mano.
  • Yo me llamo Nora—también alargó su delicada mano y se las estrecharon con fuerza.
  • Peculiar nombre y no de nuestras tierras.
  • Era el nombre de mi abuela, que era griega. Proviene de Eleonora.
  • He observado como contemplaba este magnífico roble ¿Conoce su leyenda?
  • Y usted ¿Conoce su leyenda?—con voz tensa.
  • Soy vasco, descendiente de vascos, conozco su leyenda.
  • Lo siento, no soy una agradable compañía—cabizbaja.

Alai tomó su copa por el tallo y se la acercó a la nariz, después bebió un pequeño sorbo:

  • Querida Nora—con amabilidad—, deje que en esta extraña noche le cuenta la leyenda del amor ilícito de un hombre y una Lamia. Cada tarde Kerku, se acercaba a un arroyo y se veía con la Lamia. Él peinaba sus largos y lisos cabellos, como los suyos Nora, mientras ella le contaba historias. Pero entonces había una mujer que deseaba a Kerku y sabía que él amaba sin condición a la Lamia. La mujer pidió ayuda al genio maligno y este la dio una pócima para echar en el arroyo. La Lamia agonizante esperó hasta que llegó Kerku; éste con desesperación arrastró a su amada hasta el mar y allí se hundió en las aguas profundas con ella para no regresar. Amalur, la madre tierra, ante fidelidad tan grande creó un árbol nuevo, el roble. Por eso se jura fidelidad ante este árbol.
  • Bonita historia—con lágrimas en los ojos.
  • Yo te conozco Nora. Hace un tiempo paseabas de la mano con un hombre por estos jardines, imagino que tu esposo. Tú belleza no me pasó desapercibida. Al verte esta noche volviste a despertar mi interés pero vi en tu semblante la tristeza. Nora la vida continua y tu fidelidad será perpetua pues bajo el roble y junto al arroyo os jurasteis amor. Estoy seguro que él, mientras te espera, desearía que la felicidad volviera.

Nora lloraba sin consuelo pero, inexplicablemente, se sentía mejor. Como si esa paz que anhelaba por fin hubiera anidado en su corazón. Cogió la copa de vino y la olió, luego la balanceó como Izan la había enseñado y tomó un sorbo que pasó a lo largo y ancho de la lengua y tragó. Reconoció en al instante el licor que había tomado con su amado.

  • ¿Cómo se llama este vino?—con interés.
  • Tiene mi mismo nombre, Vino Blanco Alai Sauvignon.
  • Gracias Alai, ha sido una noche alentadora.
  • Nora ¿Sabes qué significa Alai en vasco?—levantando la cabeza de ella con el índice sobre su barbilla.

Nora aún con lágrimas en los ojos, negó con la cabeza.

  • Tiene dos definiciones, una es defensor del hombre y la otra alegría. No te molestaré más, perdona por entrometerme en tu silencio. A veces percibo la tristeza de otros. Solo quería darte un poco de fortaleza. Buenas noches triste Nora.

Alai se levantó, tomó la mano de ella, y la beso en el dorso. Se disponía a marcharse cuando Nora le preguntó:

  • Mañana ¿Podrás contarme otra de tus leyendas?
  • Hasta la tarde no regresaré pero será un placer. Mañana, en la noche, puede que te interese saber las conjuras de Donibane Gaua. Incluso podremos poner nuestros nombres sobre una madera, junto a una hoja de muérdago.
  • Impaciente, esperaré que llegue la noche.

Nora abrazada a su foulard continuó bajo aquel árbol mientras veía alejarse a Alai. La noche comenzó melancólica y aquel roble sagrado le concedió serenidad y esperanza.