El fantasma del teatro.

“Sólo un artista puede transmitir los fantasmas de una época, el estilo, hacer palpable la atmósfera de un mundo que se perdió.” César Aira

La última semana de ensayos comenzó ya con los nervios del cercano estreno. Inquietud, tartamudeo, olvido de palabras y frases, un caos acompañado de reproches y voces ante la falta de concentración. Yo no era uno de los principales protagonistas, pero estaba contento de que mi papel tampoco era corto. Tenía la costumbre, al acabar los ensayos, cuando quedaba ya poco personal en el teatro, quedarme un rato en el escenario, quería, igual que en otras actuaciones, percibir el espíritu de aquel inmenso edificio histórico.

El aforo del teatro de planta de herradura rodeada de palcos. La caja escénica de madera, con bastante deterioro, pero repulida y limpia. Telones de embocadura, bambalinas y forillos de terciopelo de vivos colores. El peine, donde se cuelgan los telones, pantallas, focos y todo lo que podamos imaginar, estaba tatuado con carteles de espectáculos antiguos. Incluso había encontrado una firma y una fecha supongo de alguien de otros tiempos. El edificio respiraba historia por todos sus rincones.

Comencé a escuchar el sonido de agua correr, como de un grifo abierto, traspasé el escotillón y enseguida vi a una mujer joven, de tez mulata, descalza, casi desnuda, solo cubiertas sus partes púdicas con miles de cuentas doradas engarzadas unas con otras, dejando entrever dos pechos turgentes y pequeños. El cabello corto repeinado y engominado.

Le saludé cuando se había girado y comenzaba a marcharse, se volvió, con movimiento felino, me miró y siguió caminando, ignorándome. Le dije que esperará. Se paró en seco, pero sin volverse, dándome la espalda. Pude ver su cuerpo esculpido de hombres descubiertos. Tú también eres actriz, le pregunté. Se volvió y sus ojos impactaron en los míos, eran de un verde esmeralda intenso, con un brillo lleno de misterio e intriga. Dos grandes zarcillos, también de cuentas doradas, pendían de sus orejas. La piel se me puso de gallina y una corriente eléctrica traspasó mi cuerpo.

Con una leve sonrisa y con la mirada clavada en mí, me dijo que se llamaba Josephine. Me pregunto como si supiera quien era yo ¿Manel, te has empapado ya del alma de mi teatro? Me descolocó. Me puse nervioso mientras se acercaba, colocó su mano sobre mi pecho, mi corazón se aceleró, poco a poco fue aproximando su rostro al mío y posó sus labios. Cerré los ojos saboreando aquel beso íntimo, noté un frío gélido entrando por mi boca y atravesando de nuevo mi cuerpo. El tiempo se paró y un aroma intenso como de rosas inundó mis fosas nasales. No sé cuanto duró aquello, sólo que cuando abrí mis ojos descansaba sobre el suelo y no había nadie en aquel escotillón ya en plena oscuridad.

Me senté y aún pude percibir aquel insinuante aroma, recordé su cuerpo, sus pezones turgentes y todo se fue desvaneciendo con lentitud. Me toqué los labios y mi pecho, el corazón ya en calma y la mente inquieta ¿Quién era Josephine?

Seguía oyendo agua correr, pero no podría ubicar el lugar de donde provenía. Me marché al hostal donde me alojaba, confuso. Toda la noche, con sueño inquieto y agitado, sintiendo la sensual frialdad sobre mis labios, su cuerpo sobre el mío, soñé instantes íntimos y desbocados, éxtasis sexual que me enervaba. Y así comencé el día agotado y exaltado.

 Me acerqué al teatro, al ensayo. Al traspasar la puerta me volvió el desasosiego. Respiré con profundidad y me dirigí a los camerinos, por allí había personal del teatro, me dispuse a preguntar a una de las chicas que pululaban por allí, si trabajaba allí alguna mujer de aspecto mulato llamada Josephine. Me miró con sorpresa y con una gran carcajada me dijo, otro que ha visto al fantasma de Josephine. Me señaló un cartel en la pared a unos cinco metros, y se marcho con sus risas y carcajadas dejándome atónito. Me acerqué al cartel que me había señalado y con sorpresa reconocí aquel rostro de ébano “Próximo sábado, diez de la noche, gran estreno de la superproducción Evangelina, representada por la mundialmente famosa Josephine, la venus de ébano”. La cartelera de un color sepia que dejaba intuir su antigüedad estaba fechada un ocho de abril de 1906, la misma que encontré deambulando por las bambalinas.

Dicen que muchos teatros están encantados y que deambulaban fantasmas y almas perdidas, misterios que yo pude sentir por una noche. Regresé a mis ensayos, me quedaba solo hasta que casi todo el mundo se había marchado, pero jamás volví a escuchar el agua correr, ni el aroma a rosas, ni a besar aquellos labios fríos y sensuales, pero nunca se borrará de mi recuerdo su imagen y lo que mi cuerpo sintió aquella noche con Josephine.

Reflexiones de Año Nuevo

Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.» Ernest Hemingway

A veces hay que dejarse llevar y que el viento te guíe, es una frase que para comenzar el año parece manida, pero es mi forma de abordar el inicio de éste.  Queremos tener el control y la vida te lleva por sus propios derroteros. Los cambios siempre producen incertidumbre y, a la larga, siempre encontramos beneficios. Pero los comienzos arrasan a veces como tornados, descolocando a su paso todo lo que hasta ese momento había funcionado.

Cae el sol y una fina manta de nieve cubre las calles. La oscuridad se va apoderando de cada rincón y comienzan a encenderse las ventanas de las casas vecinas. El silencio es el sonido del crepúsculo, todo se va paralizando y cada cual se acurruca frente al fuego, bajo la luz del candil para caldear la vida de un día más de ajetreado frío. Mis manos abrazan una taza humeante de chocolate y, observando el baile incesante de las llamas, pienso en lo mucho que me han cambiado las circunstancias en los últimos años. Todo crece, evoluciona y, si no eres capaz de seguir su ritmo, te anquilosas y pierdes el rumbo.

Sigo recapacitando y quiero este año nuevo que comienza que, en efecto, sea renovado en todos los sentidos, dejarme llevar, que todo vaya fluyendo a ver dónde me lleva el destino. De momento, ha comenzado con una serenidad infinita. Necesito la calma del guerrero tras la batalla, que nunca fue derrota sino aprendizaje.

Me dispongo a cerrar las contraventanas de madera, miro a través de los cristales, vuelve a nevar y comienza una ligera ventisca, no sé el tiempo que paso viendo sin mirar, ensimismada en mis pensamientos. Soy un copo de nieve más diluyéndose en el tiempo, lo que me queda de vida es menos de lo que ya he vivido. Sólo me queda saborear cada instante con sus pequeños momentos que alegran el alma, respiro hasta llenar mi diafragma. Ahora toca cuidarte a ti, los demás deben buscar su camino y madurar, sólo queda respetar y hacer mutis por respuesta. Toca percibir cada acción cotidiana que nos pasan inadvertidas y que también son importantes. Toca llevar a cabo lo que nos apetece, saber decir no, callar en vez responder y sonreír, una sonrisa gana conflictos. Ahora toca desatar amarras y volar alto.

El viento sopla hacia el paraje propicio para deleitar los sueños, surca la ventisca copo de nieve.

BORIS, EL LOBO ESTEPARIO

Boris, el lobo estepario

“El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora son porciones de la eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.” William Blake

Su mirada recordaba las extensas praderas que le vieron nacer en verano. De ojos oblicuos y tristes, me transmitía sentimientos encontrados, unas veces ternura y otras insidia. A mí me desarmaba en esos momentos de afecto en los que no sabía qué ahogaba su mente; algo le provocaba tremenda tristeza cuando me acariciaba el rostro con sus magnas y potentes manos. En esos instantes me susurraba al oído que me amaba y nunca dejaría de hacerlo. A mí también me encantaba deslizar mis dedos por su negra y lacia melena.

Jamás podría imaginar que aquel hombre de cuerpo fornido y semblante inocente podría ser alguien peligroso y oscuro. Dos noches al mes desaparecía y volvía con las manos laceradas, con moratones y abatido, con un extraño olor ferroso.  Su silencio era tan profundo que dolía. Me cogía en brazos y me dejaba sobre el sofá con delicadeza, se situaba a mi lado y reposaba su cabeza sobre mi pecho, escuchando los latidos del corazón.

Muchas veces le pregunté sobre sus huidas pero jamás hallé respuesta. Solo se aferraba a mí con más fuerza. En uno de esos momentos me dijo,  con su voz rasgada, que mejor sería que no descubriera nunca lo que hacía en esos aciagos días pues el rostro de la muerte rondaba en las sombras.

¿Por qué no pude resistir mi curiosidad, mi insaciable inquietud por encontrar respuestas a sus tristes escapes? Yo también le amaba y anhelaba ayudarle. No entendí que no necesitaba ningún tipo de auxilio. Aquel hombre, aquel lobo estepario como se hacía llamar en los pocos instantes a los que una sonrisa irrumpía en sus labios, me había robado el alma.

Él Llegó de Rusia a la tierra de mis ancestros hacía un año. Yo le conocí días después de arribar en casa de Anya, la propietaria y amiga de la tienda de productos rusos que ocupaba la planta baja de mi vivienda.   Aún recuerdo cuando me lo presentó y nuestras miradas se cruzaron. Fue algo espontaneo, explosivo, chispeante. Boris, su nombre, fue música para mis oídos y aliento para mi apagada existencia.  Aquella noche, entre una cálida hoguera, unas cuantas copas de vodka de más e historias de la lejana Estepa, me marcó para siempre. Nos contó que su nombre significaba lobo y que, solitario y sin manada, buscaba a su hembra alfa. En la despedida, con Anya fuera de juego durmiendo en el sillón y yo en una nebulosa etílica, me dijo que yo era la elegida, su Lyubov, su amor; y aquellas palabras se grabaron a fuego en mi confusa mente.

Desde aquella velada nuestras existencias se entrecruzaron y al poco tiempo comenzamos a compartir espacio, salvo esos días en los que él desaparecía. Con él las noches se llenaban de éxtasis  y pasión. Todo en él era devoción, fuego y dulzura. Yo sentía que había encontrado a mi alma gemela.

Pronto desaparecería de nuevo y a mí me entraba el miedo de no volverle a ver, de qué ya no regresara. Ante mis inquietudes decidí seguirle en su próxima huida. ¡Ojalá no lo hubiera hecho! La noche era clara, la luna llena iluminaba las calles dando casi apariencia de un día nublado. Boris se ocultó bajo su chaquetón de loneta y cogió su saco; me recordó a los marineros del ballenero Pequod, el de Moby Dick. Se subió las solapas y se encajó una gorra hasta las cejas; apenas se podía ver su rostro. Me dio un dulce y profundo beso en los labios, acarició mi rostro con su dedo pulgar y sin mirar hacia atrás abandonó nuestra casa. Miré por la ventana para ver el camino que cogía, corrí hacia la entrada, me puse mi abrigo y bajé las escaleras. Estaba decidida a seguirle. Tras mucho rato atravesando calles llegamos al puerto. Desapareció tras una puerta trasera de un destartalado almacén que parecía abandonado. Esperé un rato y me dispuse a entrar. Ya dentro todo estaba oscuro pero se oía un vocerío tremendo que no se escuchaba en el exterior. Continué guiada por las voces hasta que llegué a un corredor a unos cinco metros del suelo.

Mis ojos se salieron de las orbitas. ¡Aquel no podía ser Boris! El torso desnudo, los ojos inyectados en sangre, su melena encrespada y un rictus en su cara de odio mortal. Aullaba  de forma animal dejando entrever su incisiva boca, increpando a un joven que ensangrentado apenas se sostenía en pie en aquel suelo de arena. Aquel no era el hombre dulce y triste con el que compartía mi vida. Había un grupo reducido de hombres observando la pelea, impasibles, de aspecto suntuoso. Otro grupo de hombres más extenso gritaban ¡Lobo! Reiteradamente, hasta que comenzaron aún más fuerte a decirle ¡Mátale, mátele!

Estaba horrorizada y vi como se disponía con el brazo alzado a darle el último golpe, el definitivo. No pude evitarlo y grite lo más fuerte que pude qué no lo hiciera. Sus instintos debían de estar en alerta máxima pues me oyó a pesar del tremendo ruido. Miró hacía donde yo estaba y con el rostro desencajado le asesto tal golpe que un crujido inundó el garito y la sangre llegó hasta los espectadores. El joven cayó desplomado. Un hombre de avanzada edad se acercó a aquel amasijo de carne, colocó sus dedos en la carótida y levantó el brazo con el pulgar hacia abajo. El grupo de hombres vitorearon al vencedor mientras él seguía aullando salvaje.

Boris me miraba feroz, como un lobo, sin el menor arrepentimiento. Salí de allí corriendo y con un llanto ahogado que me dificultaba la respiración. Abatida, pasé los siguientes dos días esperando en un estado lamentable de melancolía. Aunque había visto como asesinaba impunemente a aquel joven, le aguardaba. Necesitaba oír con su voz rasgada que aquello  había sido sólo una pesadilla o una pantomima.

Nunca he vuelto a oír sus palabras, a deslizar mis dedos por su pelo. Tan solo una vez con Anya hablamos de él; me dijo que era un lobo gris de las estepas rusas, acostumbrado a las peleas y a mantener su liderazgo a base de golpes; había tenido una infancia  brutal enseñándole desde niño a matar con sus puños; su existencia no le pertenecía. Ella me aseveró que estuviera dónde estuviera siempre me amaría, yo era su Lyubov y me protegería entre las sombras. Recordar sus palabras me producen escalofríos.

A veces noto un cosquilleo extraño en mi nuca, una presencia inexplicable en la oscuridad. Intento ignorarlos pero me atormenta su sombra y sus recuerdos. Si me preguntaran sí creo en los licántropos solo puedo responder que durante un tiempo conviví con uno y él jamás me hizo daño. Sigo teniendo sentimientos encontrados de amor y animadversión.

Instintos

“Para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, abarca el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora” William Blake

Desaparecer del mundo, frente al ocaso, con un daiquiri en la mano y una buena novela en la otra mano es lo único que había pretendido los últimos años. Años aciagos, lentos y devastadores. Te adaptas a la situación y esperas a que llegue un día que todo se vuelva a retomar o gran parte de lo que te identifica se active. Recuperar la cotidianidad y las fuerzas. Sigues con la copa en la mano, recreándote en el sabor alimonado y a sorbos pequeños.

A veces hace falta una última detonación, después de tantas, para reanudar senderos. Y allí estaba yo, entre multitud de personas, una más desconocida y anónima. Respiro con profundidad, percibiendo como el olor a tierra mojada inunda mi cuerpo y como la energía se ha ido transformando. Oigo los parloteos y risas de alrededor entre el sonido del viento entre los árboles. Sé que algo ha cambiado y no puedo decir el qué ni cuándo. Mis sentidos se han agudizado y soy consciente de ello.

No soy la que era, sólo un retazo, pero con otros colores que se han ido avivando. Me siento orgullosa y hasta pedante. Tal vez el saber que siempre he sido más Fénix que ceniza, más libre por instinto que racional, más nota que melodía. Rebelde hasta el último instante de las muchas muertes que tenemos en vida.

El sol está a punto de ocultarse en el horizonte y brindo por un día más. Lanzo un beso para el que quiera recibirlo. Meto mi novela en mi bolso de loneta. Sobre mi hombro bolso y tumbona. Hasta nunca, hasta siempre, he vuelto y con las mismas ganas de correr, con paso diferente y distinto, pero correr, al fin y al cabo.

Una vida, muchas vidas, varias muertes y resurrecciones y un ser, el mismo y a su vez diverso. Un alma, tal vez vieja, tal vez joven, tal vez un huracán o una leve brisa, tal pez picante en su dulzura. Arisca en su tacto suave. Bocanadas ardientes de azulado hielo. Un fantasma entre cuerpos tangibles. Magia multicolor al rasgar una pintura negra. Esa soy yo una contradicción en sí, pero con las ideas muy claras en medio de un caos de sentimientos.

El verano va llegando a su fin ¡He vuelto!

Glicinias en la mañana

“Sé como el sándalo, que perfuma el hacha del leñador que lo hiere.”  Rabindranath Tagoree

Hoy me siento serena, mi halo es como el color de las glicinias derramándose sobre mis hombros. Ayer me di cuenta de que llevo toda la vida equivocada, cuando me enfado y desestabilizo no tienen la culpa los demás sino yo misma por permitirlo. Tan sencillo y complicado ¿Aprenderé a controlar mis impulsos e irritabilidades cuando Tom, como siempre digo, me saca de quicio? Esa es la cuestión me saca de quicio o no le soporto.

Ayer hablando con Aurora me soltó a bocajarro si había probado a expresar a Tom lo que quiero y necesito en vez de volcar mi ira con cesuras y reproches. Y la verdad, cuando le hablo y me ignora trasteando con el móvil, contestando con un simple gruñido, le cogería el teléfono y se le estamparía en la cabeza. Nunca he probado a decirle como me siento y lo que quiero.

Tom llega a casa. He preparado un estofado de ave con almendras. Así de serena estoy que hasta me he puesto a guisar. He colocado la mesa con un jarrón de cuello estrecho con una rosa roja del jardín. Tom aspira el aroma del guiso y se sienta, espetándome que se ve delicioso y tiene hambre. Le sirvo y tras saborear varias cucharadas me suelta que tiene demasiada almendra y que lástima de rosa, se marchitará.

Por mi cabeza imagino antes de hablar como le lanzo el florero y le doy en toda la cabeza. Respiro y mirándole fijamente a los ojos pienso que hoy yo tengo el control. Nada me va a hacer enfadar. Con una sonrisa le digo que a mí me gusta así, me apetecía sentir el crujir de la almendra entremezclándose con la carne. Deseaba decorar la mesa con una de mis flores favoritas. Ansiaba colorear mi mañana alejando mis enfados pues hoy soy una cascada de glicinias en la mañana.

Tom me mira anonadado, pero antes de volver a meter la cuchara en el plato, me sonríe. Me dice que le parece genial que hoy esté contenta y no me enfade por sus observaciones, que al fin y al cabo, son de un ser simple y aburrido como él.

¡Buen Viaje!

“Delgada línea separa las casualidades del destino”

Fuimos a despedirla un seis de diciembre. Mujer noble y abnegada, siempre se portó bien conmigo, sin intervenir en desaires y desatinos familiares. Un diez de enero, tras diciembre, tuvimos que despedirnos de él. Hombre callado y magnánimo, también me mostró aprecio con sus silencios. Ambas personas habían compartido una vida juntos luchando por sus hijos y nietas. Quiero recordarlos rodeados de plantas y gatos en su estrecho patio, con una bicicleta oxidada y vieja en la pared observando pasar el tiempo; y cada día que los visitaba aquella bicicleta tenía un pedazo menos, como la vida misma.

Curiosidades del destino con apenas un mes de diferencia murieron en la misma habitación fría de hospital. Quiero pensar que ella le esperó allí a él para emprender el viaje eterno juntos, como siempre lo habían estado. Y quiero pensar que ambos están felices, dejando atrás los dolores y sufrimientos de la existencia, para llegar a un lugar eterno de flores y gatos donde cuidar a sus descendientes desde el cielo. Siempre estarán en mi corazón por sus comportamientos maravillosos con mi persona y su eterno respeto ante mi diferencia física que otras personas más cercanas jamás mostraron ¡Buen Viaje!

Los Viajes de Eos

“Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas.” Hodding Carter

Tal vez escribir en los lugares más insospechados o en horas nocturnas, en la cama, sin un bolígrafo a mano, me ha hecho buscar la forma de hacerlo. Soy ser noctambulo, la inspiración me llega, a menudo, con los fantasmas de la noche. Ideas, frases, palabras de una creatividad prometedora, pero que por la mañana se han borrado por completo. Mi mente bulle cuando duermo y muchas veces con seminconsciencia: pesadillas, deseos, recuerdos, personas que hace tiempo no veo y aventuras imposibles en la vida real.

Hoy amaneció lluvioso, apenas entra luz por la ventana. Me arrebujo bajo mi edredón disfrutando de la calidez de su abrazo. Vuelvo a caer en los brazos de Morfeo. De pronto, vuelo sobre la ciudad, batiendo los brazos con rapidez y en silencio.  Recorro calles estrechas y empedradas, bajo los cobertizos. Respiro el aire fresco con toques a tomillo y romero. Vuelvo a ascender entre las nubes, mis ojos son como los del águila y la diviso, la reconozco.

Con sus andares lentos y su ropa oscura mira hacia el cielo y me saluda. Abre una puerta de madera con una llave grande de hierro que lleva colgada con una cinta al cuello; una llave de esas de hierro forjado, cilíndrica y una paleta al final llena de dientes. Desciendo con rapidez y la sigo.

Estamos en una habitación, su habitación donde recibía a todas las personas de diferentes lugares, con una lumbre baja, una mesa redonda con su mantel de flores y anaqueles llenos de tarros de hierbas. Me abrazo a la abuela, la añoro tanto y la necesito infinidad de veces.  

Ella se marchó cuando era yo pequeña, pero su recuerdo jamás se borró ni atenuó. Tenía un don especial, empatizaba con las personas y las ayudaba siempre que podía. En casa de la abuela con asiduidad había gente, la mayoría iban a que les echara las gotas de aceite y les rezara la oración para quitar el mal de ojo. Pero lo que más admiraba y echo de menos son sus historias que en días señalados, rodeada de niños incluida yo, nos narraba entre aspavientos y onomatopeyas. Cuando crecí mi madre me dijo que jamás salió de la ciudad.

Estoy con ella y me siento a la mesa y le pregunto cómo conocía tantos sitios, tanta gente y sus aventuras.  Me dijo que los sueños y las palabras nos hacen viajar. Debía mirar en el baúl de sus cosas y en el fondo encontraría respuestas a alguna de mis dudas; y que no olvidara la colcha,  una caja repujada, un zurrón de piel y un camisón. Me da un beso en la frente y todo comienza a difuminarse hasta que voy recobrando la consciencia de que todo había sido un sueño.

Me levanto y con rapidez voy a casa de mis padres. Le digo a mi madre que dónde está el baúl de la abuela. Mi madre saca de un cajón una llave de hierro forjado, la reconozco es la que llevaba ella colgada de la cinta. Mi madre me dice que el baúl está en el desván y que se abre con dicha llave, qué no revolucione y deje todo recogido ¡Allá voy!

El baúl es enorme de madera y chapa. Me cuesta un poco abrirlo, pero lo consigo; está repleto de cachivaches y algo de ropa. Comienzo a sacar un espejo, un camisón de hilo bordado, una caja repujada con cuarzos, piedras y cristales de diferentes colores, una taza de porcelana resquebrajada que recuerdo bien era donde echaba el aceite para el mal de ojo, una colcha adamascada y acolchada y debajo un libro con cubiertas de cuero y sin título, y entre medias un pergamino algo roto en los extremos que sobresalen. Creo q he encontrado lo que ella me ha dicho en el sueño. Meto todo en mi mochila, recojo, cierro el baúl, bajo del desván deprisa y me despido sin dar explicaciones. Dejo a mi madre en la entrada lanzando preguntas y indignada por tantas prisas me vocea ¿Has encontrado lo que buscabas? La respondo a gritos que sí y me despido lanzándola un beso y subiendo a mi coche.

Ya en casa me siento en el suelo sobre un cojín y extiendo todo lo que me he traído. La colcha huele a lavanda y tiene un tacto suave y reconfortante. El camisón de hilo con bordados en los hombros y una abotonadura delante también huele a lavanda. Abro la caja y reconozco algunas de las piedras: una piedra de la luna, un cuarzo ahumado, un ojo de tigre y una turmalina, pero hay dos que no reconozco; una piedra veteada verde y una especie de cristal morado. Las busco por internet y descubro que la verde es una malaquita y la morada una amatista. Siempre me gustaron las piedras.

Dejo para el final el libro y el pergamino. En la primera página pone una dedicatoria con el nombre de mi abuela “Para Aurora, la sonrisa más reconfortante que conozco, para dejes constancia de tus aventuras. Siempre en mi corazón”. La letra gótica y trabajada, escrita con pluma y mucho esmero. Voy hojeando y comienza con un cabecero Ribadeo, la narración se extiende durante tres hojas. De momento no me paro a leer. El siguiente encabezado es Étretat y así llego a contar unos cincuenta encabezados diferentes.  

Saco el pergamino, tiene un tres en un círculo púrpura y decorado con símbolos, flores y mariposas; comienzo a leer: Este pergamino legendario pertenece a quien lo lee y acuna en el corazón. Si descubres su secreto lejos te llevará, pero antes el camino has de encontrar:

Edmr hñ gdodvfr b frp suhpgdv gh klñr hp ñd slhñ, hp xp surixpgr vxhqr sxhghv fdhu. Ñd ñxpd, mxpwr frp vxv frosdqhudv gh yldmh vreuh hñ frudcrp kdp gh uhsrvdu. D vruerv shtxhqrv whpgudv txh wrodu hñ ñxsxñr b ñd ydñhuldpd, mxpwr frp ñdydpgd b d wrgr hvwr dfrosdqdudv frp srñyr gh ñlulr dcxñ gh djxd gh ñd Uhlpd Fñhrsdwud. Gruolu b yrñdu fror odulsrvd d oxfkrv ñxjduhv ññhjdudv.

No entendía nada de lo que estaba escrito, imagino que estaba cifrado. Sólo tendría que averiguar el tipo de encriptado y descubriría el camino.

Felinas

“Mi gato era lo que era y no lo que yo quería que él fuera. Me enseñó la fidelidad a mí mismo” Jodorowsky

Una mañana soleada y gélida de octubre conocí a Lissy. Me llamó la atención sus ojos azules claros casi transparentes, limpios, pero además taimados. Su estado físico, por desgracia, era lamentable, tan delgada que se le notaban los huesos, adherida de frío y con los pelos desgreñados.

No pude pasar de largo y le metí en casa ofreciéndole un baño de agua caliente. Jamás lo hubiera pensado pero su mirada de agradecimiento fue infinita. Le preparé un plato de leche caliente, sólo tenía sin lactosa y descremada, no me puso ninguna reticencia se la bebió hasta no dejar una gota.

Nunca pensé que podría quererla tanto como la quiero. Su carácter es distante, le costo mostrar sus sentimientos, exigía espacio. Yo, aunque siempre he sido reticente a esas maneras, me fui enamorando de ella y hoy no la cambiaría por nada ni nadie.

Despacio fue dejando entrever una dulzura que mostraba en pequeñas dosis. Poco a poco se fue apoderando de mi corazón. Tiene una personalidad fuerte, caminar altivo y lento.

En fin, adoro despertar con ella a mi lado, percibiendo su lengua áspera deslizarse por mi mano para que me despierte. Cuando estoy inquieta, la necesito, la busco, la llamo y mi alma se serena cuando se acurruca cerca de mí y dormita. Una vez oí la frase “por la noche yo no temo a los fantasmas tengo a mi gato” y es que, con ella, mi gata, no tengo que estar alerta a los ruidos nocturnos, todo lo que suena y se mueve sé que es ella velando por mis sueños.

Lissy es mi primera gata, tricolor, y fue tanto lo que nos dio en poco tiempo que a los pocos meses decidimos que formara parte de nuestra familia también Lily. Ellas son parte de nuestra alma.  Me acompañan en mis momentos de soledad, me inspiran, siempre junto a mí ¡No las cambio por nada, su magia me protege!

El Aroma Dulce y Tostado del Pan

“La literatura está llena de aromas” Walt Whitman

Todos los días el mismo recorrido. Suelo pasar por el obrador de mi amiga Elena y, por supuesto, le compro el pan y algún capricho dulce cuando regreso a casa. Hoy me ha ocurrido algo inusual y que apenas recordaba. Había a la puerta del obrador un coche de un amarillo pastel que, junto con el aroma a pan recién horneado, dulce y tostado, trajo una imagen que hacía tiempo no evocaba.

Cuando era pequeño, unos cinco o seis años, todas las mañanas, se oía el pitido del coche del panadero en la calle. La mayoría de las vecinas bajaban a la par. Un Renault seis amarillo pálido, con el portón trasero abierto, exponía cestos de mimbre llenos de pan recién hecho junto con galletas rizadas de tahona y magdalenas. Guille, un hombre delgado y de sonrisa amable, nos recibía y a todos los pequeños nos obsequiaba con una de sus galletas doradas y a rayas que tanto me gustaban y me siguen gustando.

Y El Aroma Dulce y Tostado del Panes que ese momento de parloteo entre vecinas, risas entre amigos, envuelto por el olor a pan eran un instante de placer indescriptible. Ahora en mi recuerdo percibo algo que entonces en mi inocencia no veía, y era el flirteo amable del panadero con mi madre. Su efusivo saludo ¡Buenos días, Lola! ¿lo de siempre? Seguido de su caricia en mi ensortijado cabello y acompañado de la galleta.

Después llegaron las panaderías y hoy nos decantamos por los obradores que con el mismo aroma nos reciben, pero han perdido el encanto de bajar a la calle y compartir con la vecindad aquellos instantes que nos llenan el alma de entrañables recuerdos

Así pues, hoy a Elena le he pedido una bolsa de galletas rizadas. No me he resistido a la tentación de ir por la calle comiéndome una galleta con una sonrisa bobalicona y la mente volando hacia la ternura de la niñez. Hace tiempo que supe que Guille, tras unos años con la memoria perdida, inició su último viaje, dejando su legado, un obrador. Vayan por ti amigo mis recuerdos, por tantas y tantas mañanas de instantes dulces y tostados. Tal vez en aquellos lejanos lugares sigas repartiendo pan con tu sonrisa.

Haru (Primavera)

Bajo las flores del cerezo pulula y hormiguea la humanidad.”  Kobayashi Issa

Mi amiga Taka es japonesa, vive en Toledo y es una pintora fascinante. Ella me dice que esta época es la mejor para imprimir de colores el lienzo. Ellos llaman a la primavera “haru”. Hoy hemos cargado el coche con el caballete, los pinceles, las acuarelas y una silla plegable y nos hemos ido a la carretera del Valle, cerca de la ermita. Pero antes de ponerse a pitar hemos contemplado el paisaje con una humeante taza de té.

Y sin darnos cuenta nos hemos enfrascado en una charla. Me dice que echa de menos su tierra. Yo le contesto que es lógico, pero todo en esta vida tiene sus ventajas e inconvenientes. No la hubiera conocido sino se hubiera venido a vivir frente a mi puerta. Ella es lo mejor que me ha pasado en estos últimos duros años. Admiro su educación y respeto, su forma de tratarme, ella me ve a mí, a Miguel, y jamás he notado sus ojos en mi silla de ruedas. A veces intenta ayudarme, casi siempre le digo que puedo, que ya le pediré ayuda cuando la necesite. Y es entonces cuando me hace una genuflexión con las manos juntas.

Seguimos charlando, contemplando el verdor del valle. Me cuenta que en su tierra todo se llena de tonalidades pasteles con el sakura, uno de los momentos más importantes en Japón por la floración de los cerezos, en el parque Hirosaki. Reflexiona y me dice que la vida es como las flores del cerezo, en ellas se une lo viejo y lo nuevo, vale la pena contemplarlas aún en su declive.

El silencio nos acalla y Taka coge su pincel. Frente a nosotros hay un almendro en flor y de fondo la magnífica ciudad de Toledo, comienza a plasmar el espectáculo que observamos. Tras varias horas ya se percibe el cuadro con las flores quitando protagonismo a la ciudad. Según Taka la perfección existe en la naturaleza y su misión es plasmarla.

Cae la tarde, comenzamos a recoger. Nuestro entorno se transforma. cómplice el universo nos regala un cielo rosado entre los dorados rayos del sol. Taka vuelve a sentarse y me ofrece otra vez otra taza de té. Sus manos rozan las mías al dármela. Una corriente eléctrica recorre mi cuerpo, y entonces me regala un leve beso en la mejilla y acaricia mi rostro. En efecto la perfección existe, no hay nada como contemplar una puesta de sol, rodeados de almendros en flor y subyugados por el aroma de la primavera al lado de Taka , mi considerada Taka.

̶   Esta noche cenamos en tu casa o en la mí.

̶   En la tuya Miguel, te toca a ti mostrarme los colores de la noche bajo el embrujo de las velas y hechizada por la magia de tus cuentos.